Por Miguel Alejandro Rivera
Qué
curioso pueblo el chileno que da y al que le quitan. Rebelde parece por
naturaleza y será por eso que sobre él cayó el peso de la escuela de Chicago,
del neoliberalismo, la necesidad del imperio por hacerlos un experimento social
para expandir los resultados por toda América Latina. En 2019 los jóvenes en
Chile alzaron la voz, hartos de pagar su educación, de las tarifas
inalcanzables, de ser víctimas del crédito. Con sus manifestaciones, nos
recordaron al viejo de los anteojos, al socialista demócrata, a Salvador
Allende.
El 4
de noviembre de 1970, Salvador Allende ascendió a la presidencia de Chile en un
escenario casi impensable: país sudamericano que votaba por un proyecto
abiertamente socialista, en un mundo helado por la Guerra Fría. ¡¿Cómo se atrevía
aquel hombre a retar los intereses de los Estados Unidos, y en su continente!?
Salvador
Allende lanzó un reto directo al imperio estadounidense y cuestionamientos, claro, contra sus conocidas doctrinas: la Monroe, con la clásica frase “América
para los americanos”, y la Roosevelt o “El Gran Garrote”, que explicaba: “habla
suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”, en referencia a la
militarización del continente americano.
Para
el líder chileno esto no fue un problema, y liderando a los partidos Socialista
y Comunista de Chile, ganó de forma democrática con un 36 por ciento de los
votos, apenas arriba de Jorge Alessandri, descendiente de una estirpe de
políticos chilenos que habían ostentando el poder en épocas anteriores.
El
gobierno de Allende, que enarboló las intenciones de la llamada Unidad Popular,
mejoró el reparto agrario, la nacionalización del cobre, la de algunas
empresas, los programas sociales de nutrición, salud y educación, entre otras
garantías que hicieron que en las elecciones de 1973, Allende logrará lo que no
pudo obtener en el 70: la mayoría en el Congreso.
Y
como imperialismo estadounidense no podía permitirse tener al enemigo en su
territorio, se decidió echar mano de la doctrina del “Gran Garrote”, por lo que
extendieron su poder a través de algunos militares detractores del gobierno, de
entre los cuales resalta el nombre de Augusto Pinochet.
Fue
entonces que el 11 de septiembre de 1973, la junta golpista ataca al Palacio de
la Moneda, desde donde el propio Salvador Allende enuncia un histórico discurso
por la radio, del cual se rescatan frases inmortales como:
“Pagaré
con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la
semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no
podrá ser cegada definitivamente”.
“No
daré un paso atrás. Y que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato
que el pueblo me diera”.
“Tienen
la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni
con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
“Trabajadores
de mi Patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza
que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de
justicia”…
Y
todo esto, Allende lo dijo minutos antes de suicidarse con un tiro en la cabeza
porque seguro tenía en la mente que morir de pie siempre será mejor que vivir
arrodillado.
De
ahí comienza un régimen sanguinario comandado por el propio Pinochet,
caracterizado por la desaparición de miles de opositores, políticos, jóvenes
socialistas y ciudadanos en general.
En
2011, la Comisión Valech que recibió e investigó nuevas denuncias en aquel
tiempo, de violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado
en la dictadura del general Augusto Pinochet entregó un informe de 60 páginas
al entonces presidente chileno Sebastián Piñera que incorporó otras 9 mil 800
víctimas y 30 casos de personas desaparecidas o ejecutadas, las cuales se
agregan a las que ya habían sido calificadas con anterioridad. La Moneda dio
escasa visibilidad al tema, mientras que las organizaciones de las víctimas
criticaron el alto número de denuncias que fueron rechazadas por la comisión,
más de 22 mil, informó el diario El País.
“Esperamos
que este informe de la comisión contribuya a la paz y la reconciliación”,
sostuvo el ministro de Justicia, Teodoro Ribera según el propio medio de
comunicación. Desde el reinicio de la democracia en 1990, el Estado chileno ha
tenido cuatro comisiones diferentes para reconocer a las víctimas y otorgarles
una reparación. En total, sumando los casos de detenidos desaparecidos,
ejecutados, torturados y presos políticos reconocidos por estas comisiones -sin
considerar los exiliados ni las familias de todos los afectados-, el número de
víctimas de la dictadura de Pinochet supera las 40 mil personas, de ellas 3 mil
65 están muertas o desaparecidas entre septiembre de 1973 y marzo de 1990… Ese
fue el legado de Augusto Pinochet.
En
contraste, Allende siempre será ese símbolo de lucha que pese a haber muerto a
sus 65 años, siempre tendrá en el recuerdo ese halo de juventud, pues su frase
más recordada siempre será: “Ser joven y no ser revolucionario, es una
contradicción hasta biológica”.
“En
la sierra mexicana de Nayarit, había una comunidad que no tenía nombre. Desde
hacía siglos, esa comunidad de indios huicholes andaba buscando uno. Carlos
González, uno de ellos lo encontró de pura casualidad.
“Este
indio huichol había ido a la ciudad de Tepic para comprar semillas y visitar parientes.
Al atravesar un basural, recogió un libro tirado entre los desperdicios.
“Sentado
a la sombra de un alero, empezó a descifrar páginas. El libro hablaba de un
país de nombre raro, que Carlos no sabía ubicar, pero que debía estar bien
lejos de México, y contaba una historia de hace pocos años.
“En
el camino de regreso, caminando sierra arriba, Carlos siguió leyendo. No podía
desprenderse de esta historia de horror y de bravura. El personaje central del
libro era un hombre que había sabido cumplir su palabra.
“Al
llegar a la aldea, Carlos anunció, eufórico: ¡por fin tenemos nombre! Y leyó el
libro, en voz alta, para todos. La tropezada lectura le ocupó casi una semana.
Después, las ciento cincuenta familias votaron. Todas por sí. Con bailares y
cantares se selló el bautizo.
“Ahora
tienen como llamarse. Esta comunidad lleva el nombre de un hombre digno que no
dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte. ‘Voy para Salvador
Allende’, dicen ahora los caminantes”, escribió Eduardo Galeano, en su libro
“Memoria del fuego, 1984”.
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