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lunes, 30 de junio de 2014

La evolución de la vida

Por: Miguel Alejandro Rivera

No importaba qué bebieran o a dónde fueran, lo importante era su mutua presencia. 

Acompañados por un café capitalista ella ríe de los afables esfuerzos que él hace para mantenerla entretenida. "Si me perdiera en el desierto me gustaría tener una bufanda, sirven para todo" dice él, mientras ella sonríe complacida.   

Sin avisar un silencio invade la charla. Es un momento especial, decisivo e incluso conmovedor, porque hasta el extraño que los mira desde otra mesa se ha dado cuenta de que es un silencio agradable, sugerente, para nada incómodo; un silencio que invita a la reflexión milimétrica de unos segundos. "¿A que sabrán sus labios, qué pensará de mí, la estará pasando bien, será bueno seguir este juego?". Por miedo, pena o precaución alguno de ellos rompe el momento y habla, dejando esas preguntas sin respuestas, sin la oportunidad de sentirse afortunados porque han tenido que pasar millones de casualidades a lo largo de la historia para que en ese preciso momento se encuentren ahí, juntos, compartiendo más que un café capitalista.

 De pronto se levantan, es hora de irse. Seguramente cada uno se ha adelantado y ha imaginado lo que pasará con su historia, quizá con éxito, quizá equivocándose, pero ahí, donde ellos apenas logran ver más allá de las narices del otro, un extraño que no debería meterse en sus vidas se imagina mil historias sobre ellos, sobre él, sobre todos, porque la evolución en la vida debería resumirse en "me gustas", "te quiero", "te amo”.

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