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lunes, 30 de junio de 2014

La evolución de la vida

Por: Miguel Alejandro Rivera

No importaba qué bebieran o a dónde fueran, lo importante era su mutua presencia. 

Acompañados por un café capitalista ella ríe de los afables esfuerzos que él hace para mantenerla entretenida. "Si me perdiera en el desierto me gustaría tener una bufanda, sirven para todo" dice él, mientras ella sonríe complacida.   

Sin avisar un silencio invade la charla. Es un momento especial, decisivo e incluso conmovedor, porque hasta el extraño que los mira desde otra mesa se ha dado cuenta de que es un silencio agradable, sugerente, para nada incómodo; un silencio que invita a la reflexión milimétrica de unos segundos. "¿A que sabrán sus labios, qué pensará de mí, la estará pasando bien, será bueno seguir este juego?". Por miedo, pena o precaución alguno de ellos rompe el momento y habla, dejando esas preguntas sin respuestas, sin la oportunidad de sentirse afortunados porque han tenido que pasar millones de casualidades a lo largo de la historia para que en ese preciso momento se encuentren ahí, juntos, compartiendo más que un café capitalista.

 De pronto se levantan, es hora de irse. Seguramente cada uno se ha adelantado y ha imaginado lo que pasará con su historia, quizá con éxito, quizá equivocándose, pero ahí, donde ellos apenas logran ver más allá de las narices del otro, un extraño que no debería meterse en sus vidas se imagina mil historias sobre ellos, sobre él, sobre todos, porque la evolución en la vida debería resumirse en "me gustas", "te quiero", "te amo”.

domingo, 8 de junio de 2014

El miedo y el charlatán

Por: Miguel Alejandro Rivera

Erich Fromm le llama “miedo a la libertad” a la condición humana que en palabras sencillas entiendo como “echarle la culpa a alguien”. Las personas no podemos vivir solas no simplemente por requerir afecto, cariño y/o alguien que nos escuche, sino porque para nosotros es de primera necesidad recargar nuestros problemas en las espaldas de un ser humano, ya sea vivo o muerto.

Erich Fromm le llama “auxiliador mágico” a esa persona que acabamos de señalar, a la cual vamos a responsabilizar si nuestros proyectos personales, ya sean profesionales, amorosos, o de otro tipo, no funcionan, pues nos hemos encomendado a él con los ojos cerrados y nos ha fallado pese a su milagrosa existencia.

No confundamos a este “auxiliador mágico” con alguna cuestión espiritista ni nada por el estilo, no. Esto se trata de pleitos entre personas y no de carácter metafísico. Simplemente tenemos al sujeto (A) que teme a la responsabilidad de la vida y al sujeto (B) que ha sido elegido por (A) para ser el receptor de sus errores, culpas y en el peor de los casos, vivir la vida a través de él.

Me he dado cuenta de que en estos tiempos no es muy difícil buscar un sujeto (B) para que cumpla con su debida función. Los hay a montones e incluso se ganan la vida siendo “auxiliadores mágicos”, o como yo les llamo, charlatanes.

En esta vorágine de la vida, donde los avances tecnológicos ya no nos dan un respiro, es obviamente necesario el auxilio de un charlatán, pues nadie podría soportar toda la inhumanidad que nos rodea sin tener a quién echarle la culpa. No se entonces si sentirme afortunado o sentir rabia ante toda la baraja de charlatanes que nos rodea… vayamos de más a menos.

Los más grandes charlatanes por quienes nos dejamos engatusar un buen rato para dejar que nuestros problemas se sientan menos están en constante exposición, incluso, sin temor a equivocarme, las veinticuatro horas del día.

Haga usted la prueba y encienda el televisor, seguro encuentra un charlatán. Puede ser cualquier político o el mismo presidente, puede ser también algún pastor de alguna novedosa religión sudamericana, podríamos encontrarlo, por qué no, en alguna mujer, por ejemplo, llamada Laura, o en un hombre que explica a detalle las condiciones del futbol nacional; no vería muy lejos tampoco que se encarne en algún producto de venta a la media noche e inclusive en un dibujo animado.  

Ahí tenemos entonces, tan solo del espectro televisivo hemos rescatado al que nos engaña en las urnas, nos engaña en la fe, nos engaña la farsa, el deporte, el espectáculo y hasta en el capitalismo mismo.

Si estos entrañables personajes subsisten año tras año hasta tener un prometedor futuro milenario es porque cada uno de ellos tiene a su merced millones y millones de personas que por miedo a la vida, prefieren permanecer frente a una pantalla, burlándose de una familia con alguna falsa tragedia, gritando un gol o enfurecidos porque el AB Master Ultra Plus no le quitó en diez días la obesidad mórbida que alberga su abdomen desde sus años de adolescencia.
Para quienes son más caprichosos existen los charlatanes históricos, quienes tienen la gran facultad de ya no estar en el plano terrenal, otorgando la imposibilidad de la retroalimentación. Así las culpas quedan en el aire sin la posibilidad de unja discusión.

“Si nuestro país está como está, es por culpa de tal y cual que cuando esto y el otro, el o ellos, esto y aquello” Preferimos culpar a un difunto que arreglar nuestro presente con acciones. Adam Smith no tiene la culpa de que el capitalismo se nos haya salido de las manos, ni Plutarco Elías Calles es enteramente responsable por haberle puesto las patas al dinosaurio que hoy gobierna devorando todo lo que tiene a su paso. Sin embargo los culpamos porque tenemos miedo de aceptar “sí, yo prefiero comprar esto solo por la etiqueta” o “sí, yo acepté quinientos pesos en despensa que al final ni me dieron para votar por el PRI”.

Miedo, miedo y más miedo y ante tantos miedos los charlatanes que están ahí para salvarnos el día, porque aunque muchos se las den de muy letrados, también buscan a sus charlatanes, incluso en la persona que tienen enfrente, con la que comparten el hogar o con la que despiertan cada día.    

“Es que yo le tengo miedo a los perros porque mi mamá de chiquito me decía que no me les acercara”. No, aceptémoslo “yo le tengo miedo a los perros porque soy un pobre puto” Así de sencillo. “Es que yo no dejo a mi marido por mi bebé, porque sino ya no le aguantaría que me pegara el desgraciado”. No, “yo no dejo a mi marido porque tengo miedo a que ya nadie me quiera con un chamaco y me quede sola, sin dinero y sin tener a quien echarle la culpa de mi desgracia”. “Es que yo soy bien pedo y fumo un chingo por mis cuates”. No, “yo soy un pinche borracho de lo peor porque tengo un chingo de vacíos que llenar y me refugio en los vicios paganos de la vida mundana”.

Podríamos así seguir buscando a un miedoso y a su charlatán en el obeso que no quiere hacer ejercicio, el pobre que no quiere trabajar, en el ignorante que no quiere leer, etcétera, etcétera, etcétera… mientras tanto y mientras usted sigue buscando a sus miedos y a sus charlatanes, yo deseo que le haya gustado este texto y si no le entendió porque estuviera mal escrito, no es mi culpa, la verdad es que los profesores que tuve en toda mi carrera escolar siempre fueron muy malos y no les aprendí gran cosa.     

  

domingo, 1 de junio de 2014

De cómo el capitalismo trasformó un placer en nostalgia

Por: Miguel Alejandro Rivera

Desde que tengo memoria mi más frecuente actividad era perseguir un balón. A eso que llaman futbol le dediqué años y años de esfuerzo, sudor, dolor, coraje y corazón. Nada, nada me hacía más feliz que anotar un gol o hacer una atajada.

Al soccer como deporte no le puedo reprochar nada, me dio muchas alegrías y amigos. Conocí lugares, canchas y personas, además del valor que tiene el trabajo en equipo.

Gracias al futbol soy lo que soy y seguiré jugando en cada oportunidad que tenga porque este hermoso deporte no se trata de ser famoso ni millonario, sino de sentir la adrenalina ante el balón y el adversario.

Sin embargo como aficionado últimamente hay algo que me ha hecho detestar el futbol, y es que, quizá apenas me doy cuenta, el capitalismo se ha adueñado de él de tal manera que se ha vuelto un espectáculo muy poco disfrutable. Presiento que quienes se desviven ante el monitor cuando ven jugar, por ejemplo, a la mediocre selección mexicana, es porque jamás se animaron a apagar el televisor y pararse en una cancha.

La mercadotecnia que rodea a los jugadores, los equipos y en general al balompié hace repugnante a lo que debiera ser el espectáculo más hermoso del mundo. El presidente apoyando a los seleccionados mexicanos que apenas y rescataron su boleto al Mundial pone peor las cosas, pues para mí, como seguro para muchos, todo lo que toque ese sujeto se hace despreciable.

El mundial de Brasil se acerca y solamente atiza en mí el repudio por el futbol espectáculo y mi indignación por las maneras del capitalismo imperial. La gente protesta en el país sudamericano y solo la represión puede abrir paso a un deporte que no debería traer más que unidad. Todo parece ser un montaje y los rumores sobre los arreglos de los resultados, más por situaciones políticas que deportivas, se hacen más fuertes cuando recientemente se dio a conocer que rumbo a Sudáfrica 2010 algunos partidos se amañaron.

Ni hablar de las coincidencias que se dan en México con los calendarios de la selección de futbol y los eventos políticos. Aunque de por sí creo que ya no necesitaría ningún distractor para hacer sus perjudiciales reformas estructurales, el gobierno se empeña en empalmar estos eventos a manera de cortina de humo verde para que la sociedad se mantenga entretenida mientras ellos roban al país.

Si de por sí ya lo odiaba, ahora odio más al capitalismo por quitarme una de las pasiones más grandes que tenía. Jamás lograrán robarme la emoción que siento cuando toco un balón, pero parece que extinguieron en mí el enorme placer que antes me embargaba al mirar un buen partido en el estadio o el televisor.


Solamente yo sé cuánto le di al futbol y cuanto el futbol me devolvió. Creo que quedamos a manos. Sin embargo extraño ser indiferente a ciertas cosas para celebrar los goles de la selección de mi país u observar con gusto el gran nivel de otras selecciones… Quizá no me quede más que apreciar este deporte como la dulce ficción que es o supongo que existen otras cosas más reales para compensar ese placer que ahora se me ha convertido en nostalgia.