bienvenidos

bienvenidos

jueves, 23 de febrero de 2017

¡Plak! Un hoyo en la pared



Por: Miguel Alejandro Rivera
Mira, ahorita la joven va a llenar la hojita con la declaración, yo le voy a decir que ponga que venía en el carro y unos niños se le atravesaron en una bicicleta, no pudo frenar y mejor se estampó contra la casa; así ya le explicamos al seguro y tan tan, ya el borrachito se la cura al rato y pues… que vaya preparando el deducible jajajajaja (nadie se rió más que el oficial).
Era un domingo a medio día, calor incesante, colonia popular de Nezahualcóyotl,  Estado de México. La clásica pasividad del día de descanso de la sociedad mexicana se vio perturbada por un sonido seco en el ambiente.
¡Plak!, un hoyo en la pared.
Cuatro tipos en claro estado etílico forcejeaban contra sí mismos para salir de un automóvil Volkswagen Vento 2017. Las bolsas de aire impedían el descenso de  los pasajeros al frente. El primero en bajar del auto color arena fue uno de los sujetos que venía atrás: cojeando, apenas entendía lo que había pasado. El último fue el conductor: flaco, camiseta verde de tirantes, tatuaje de colores en el hombro derecho, trompa parada, rostro esquelético, mirada perdida.
“Pérdida total”, se escucha que por ahí dice un vecino; otro de los pasajeros batalla con su humanidad, camisa azul desfajada, zapato café, rostro hinchado, no por el golpe sino por el alcohol; se puede deducir que han pasado bebiendo toda la noche.
No ha transcurrido más de minuto y medio; el sonido del golpe seco congrega a los inquietos vecinos que intentan descifrar cómo en una calle recta un automóvil fue a estamparse de lleno contra una casa.
Un sujeto, del cúmulo de mirones que comenzarán a congregarse,  intenta llamar al 060, número de emergencia tatuado en el capital cultural de la mayoría de los mexicanos… la única respuesta que obtiene después de cinco timbrazos “tuuu, tuuu, tuuu, tuuu, tuuu”, es una voz femenina que de manera mecánica le repite una y otra vez: “Estás llamando a la línea de emergencia de la Ciudad de México, tenga presentes los datos de su ubicación, en un momento, te atenderemos… Estás llamando a la línea de emergencia de la Ciudad de México, tenga presentes los datos de su ubicación, en un momento, te atenderemos”. Igual parece que no hay necesidad de una ambulancia, el sujeto desiste de su intento por contactar a las autoridades.
Un hombre se acerca al lugar del incidente: “Sabes qué, bajen el carro de la banqueta porque si viene la patrulla ahorita se los va a querer chingar”. Los sujetos del auto, aún confundidos, regresan de golpe a la realidad y de manera hasta inocente, intentan cargar el auto que tiene chata, deformada y chorreante la parte delantera.
A veces la respuesta más simple es la correcta. Alguno de ellos atina en subir al auto y dejarse llevar por la lógica; gira la llave… al segundo intento, para la sorpresa de la audiencia: “ruuuuuun”, el auto prende aunque sea para bajarlo de la banqueta.
Los sujetos preparan su partida; ahora ya con el auto poquito separado del lugar donde se han estrellado, se aprecia un dramático y chusco hoyo en la pared: es una escena que cumple con las características de una tragicomedia, patéticamente atractiva.
La huída de los sujetos es interferida por la primer patrulla que se acerca (de otras nueve que terminaron llegando). De ella, bajan dos policías, inspeccionan la zona, buscan a los culpables, les es difícil entender cómo es que el vecindario se enfrenta a ese problema.
El auto se queda ahí, destrozado, depresivo, con las pequeñas luces intermitentes de los retrovisores laterales parpadeando una y otra vez: escurre todo tipo de líquidos, los oficiales lo miran, voltean hacia todos lados, de inmediato localizan a los responsables, que se hacen de delito al intentar huir lentamente: “¡Hey, flaco, ven flaco!”.
La patrulla echa en reversa y alcanza a dos de los sujetos, quienes ahora sabemos que son Hugo y Pepe, dos vecinos que no viven a más de una cuadra del lugar al que fueron a estrellarse.
Los policías hacen que vuelvan, ya también se acercan sus familiares: una güera vestida de pantalón y camisa de mezclilla, una mujer de pants negro, algunas cuantas señoras, y la madre del dueño del auto, mujer de cabellos canos, cubierta por un chal color turquesa… una mujer mexicana jamás dejará de cargar la cruz de ser madre.
Los oficiales son categóricos con una actitud que sorprende: —Si se arreglan entre particulares nosotros nos vamos. Es raro que en México la policía no quiera tener injerencia en un asunto de esta naturaleza, sobre todo porque con la suma de los factores: un auto chocado, un conductor en estado etílico y un hoyo en una pared, el resultado de la ecuación apesta a dinero.
El problema para policías, conductor, pasajeros y familiares, es que el auto se ha estrellado en una casa con departamentos independientes cuyo dueño no se encuentra, por lo que los inquilinos no pueden tomar ninguna decisión categórica: —Ya le hablé al dueño— dice una de las inquilinas, —que llega como en media hora.              
Hugo, el terrible conductor de auto, parece haber llegado a un acuerdo con una de las arrendatarias, pero ante la ausencia del dueño no hay nada determinante. Ante la incertidumbre, y la creciente muchedumbre de vecinos que parecen estar del lado de los sujetos que se estamparon en el muro, los policías piden refuerzos.
Comienza vals de patrullas, sirenas, torretas y policías sobre el asfalto caliente de la tarde. Un problema que parecía calmarse retoma su incandescencia cuando uno de los oficiales (cabello cano, panza prominente, moreno, con los lentes acomodados sobre la cabeza), llega a la escena, altivo, buscando culpables: —A nosotros nos pidieron el apoyo para calmar una riña por un desacuerdo entre particulares.
Se pierde la civilidad con la que se había desarrollado el conflicto; todos quieren opinar, las voces chillonas de las señoras prepondera: —Es que vea, ese viene en estado inconveniente, sin opacar, claro, a los hombres altaneros de barrio bajo cuyo reflejo natural es contraponerse a la autoridad: —Tú no te lo puedes llevar, ya nos estábamos poniendo de acuerdo con la señora.
Claro que me lo puedo llevar, tú no me vas a decir cómo hacer mi trabajo, revira el oficial.
Un incómodo jaloneo físico verbal se desarrolla, según el policía de cabello cano, quien ha tomado el mando de la situación por parte de los oficiales, no quieren perjudicar al conductor porque “yo a ti ni te conozco hijo, pero mientras no llegue el dueño de la casa no podemos hacer nada”.
Por otro lado, está Pepe, cuya madre es la dueña del auto que yace inanimado casi a la mitad de la calle. Se recarga en una pared, bebe un Gatorade de naranja y es regañado por la mujer que viste toda de mezclilla:
Ya cálmate Pepe, te lo estoy pidiendo por favor, todavía de que andan así te le pones al pedo a los policías. Pepe, con la mirada perdida responde: — A mí lo que me duele es el coche. — Si te doliera no harías estas pendejadas.      
Como a cinco metros, Hugo, recargado en otra parte del muro en el que acaba de echar a  perder su domingo le confiesa a uno de los vecinos: — Es que yo venía bien, pero por pinches ojetes, este güey (Pepe),  me movió el volante por echarle el carro a unos chavitos de una bicicleta para espantarlos y pues nos estampamos (esos niños regresarían mientras se arreglaba el problema: sus caritas de susto daban aún más validez a la versión del conductor).
— ¿Y a dónde iban?
—Por más chelas pa' seguirla
Nosotros tenemos cierto tiempo para actuar, si no llega el dueño de la casa vamos a tener que llevar al flaquito con un juez, dice el oficial de cabellos canos, causando en la multitud la molestia generalizada: el noventa por ciento de los vecinos están a favor de los pasajeros ebrios del auto. 
“¡Nooo, no se lo van a llevar!”, “¡No te lo puedes llevar hijo, al chile!”, “¡Es parte de tu trabajo público, te tienes que esperar a que llegue el dueño¡”, gritan varios personajes, hombres y mujeres, familiares, vecinos y mirones.
Es que da lo mismo, intenta explicar el policía, lo vamos a subir a una patrullita y que se esté aquí un rato, si no llega el dueño,  nos lo vamos a llevar, ya si con el juez el dueño de la casa dice “quiero llegar a un acuerdo”, pues ya se lo traen y no pasa nada.
El método oficial no convence a la multitud, que al parecer es la que manda en este problema; varios de los policías comienzan a desesperarse ante la pérdida de su autoridad, las señoras indican a los vecinos altaneros que se vayan, que están empeorando el asunto, el calor pesa demasiado a mitad de la calle.
El policía resuelve: — Sabes qué flaquito, dirigiéndose a Hugo, no te queremos perjudicar, ya me dijeron que el carro está asegurado, pero cuando los del seguro lleguen y te vean que vienes pedo, no van a querer pagar nada. Lo que vamos a hacer, si la otra parte (el dueño de la casa, que aún no llega), está de acuerdo, es un cambio de conductor. Consíganse a alguien que tenga licencia y decimos que venía manejando.
La elegida es una persona a la que se le identifica como “la hermana de Mónica”. Así, por dedazo, muy a la mexicana, es una mujer quien debe afrontar la imprudencia de cuatro sujetos que, bajo los efectos del alcohol, querían darle un susto a unos niños y terminaron perforando un muro a la altura de un departamento que por fortuna es utilizado como almacén.   
  Mira, ahorita la dama va a llenar la hojita con la declaración, yo le voy a decir que ponga que venía en el carro y unos niños se le atravesaron en una bicicleta, no pudo frenar y mejor se estampó contra la casa; así ya le explicamos al seguro y “tan tan”, ya el borrachito se la cura al rato y pues… que vaya preparando el deducible jajajajaja (nadie se rió más que el oficial).
“La hermana de Mónica”, y Hugo por fin se suben a “la patrullita”, ahí es donde esperaran al dueño de la casa,  que según informes de un inquilino, llegó horas después y accedió a arreglar el asunto “entre particulares”; él venía más espantado porque pensó que el conflicto lo protagonizaban sus hermanos, quienes desde hace años le quieren quitar el edificio; quizás el simple hoyo en la pared le fue un alivio.

Presentación de la novela "Ella no sabía nada de Bakunin" en la Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México 2016












jueves, 24 de julio de 2014

(Sin titulo, pero con demasiado sentimiento)

De nada sirven el buen uso del lenguaje cuando el mundo simplemente no se quiere comunicar; o peor aún, te importa nada comunicarte con el mundo. Como tú no tienes la culpa de los problemas de los demás, te apartas, provocando que nadie empatiza con tus emociones, tus conflictos y tus fantasmas. 
Uno esperaría que hubiese más comprensión, uno esperaría más amabilidad, uno esperaría más amor, uno esperaría, esperaría y así te quedas, esperando, porque la vida viene prediseñada y te la bancas o te hundes en tu abismo de sentimientos que sólo tú comprendes y que sólo a ti te importan y que te duelen porque naciste con un corazón sin armaduras y una razón inquieta pero fácil de derrotar.
Que sencilla sería la vida si todos tuviéramos las mismas vivencias y así nos entenderemos más fácil. Pero no, ni nos importa el mundo ni le importamos a nadie... pinche vida, no es más que una puta mentira

lunes, 7 de julio de 2014

El adjetivo al explorador

Será por eso que los admiro tanto, sabiendo las implicaciones que su existencia tuvo para muchas personas. Quizás si me encanta saber sobre David Livingston, Vasco Da Gama, Henry Stanley y muchos otros, es porque algo muy específico tenemos en común. Aquí, a estas tierras, personas como ellos llegaron en tres naves como ninguna antes vista, y así, por error, por casualidad, se encontraron en una realidad desconocida para el viejo mundo… No se sí sea por error, pero ellos hicieron algo que en algún momento de nuestras vidas todos los seres humanos hacemos… será por eso que me identifico, que no acepto facilidades en ciertos campos de la vida, y que, como ellos, requiero lograr lo impensable para un día ser llamado así como les llaman a ellos. Exploradores somos todos, pero no todos aparecemos en los libros con ese peculiar adjetivo que me ha de dar la vida, espero, algún día.  

lunes, 30 de junio de 2014

La evolución de la vida

Por: Miguel Alejandro Rivera

No importaba qué bebieran o a dónde fueran, lo importante era su mutua presencia. 

Acompañados por un café capitalista ella ríe de los afables esfuerzos que él hace para mantenerla entretenida. "Si me perdiera en el desierto me gustaría tener una bufanda, sirven para todo" dice él, mientras ella sonríe complacida.   

Sin avisar un silencio invade la charla. Es un momento especial, decisivo e incluso conmovedor, porque hasta el extraño que los mira desde otra mesa se ha dado cuenta de que es un silencio agradable, sugerente, para nada incómodo; un silencio que invita a la reflexión milimétrica de unos segundos. "¿A que sabrán sus labios, qué pensará de mí, la estará pasando bien, será bueno seguir este juego?". Por miedo, pena o precaución alguno de ellos rompe el momento y habla, dejando esas preguntas sin respuestas, sin la oportunidad de sentirse afortunados porque han tenido que pasar millones de casualidades a lo largo de la historia para que en ese preciso momento se encuentren ahí, juntos, compartiendo más que un café capitalista.

 De pronto se levantan, es hora de irse. Seguramente cada uno se ha adelantado y ha imaginado lo que pasará con su historia, quizá con éxito, quizá equivocándose, pero ahí, donde ellos apenas logran ver más allá de las narices del otro, un extraño que no debería meterse en sus vidas se imagina mil historias sobre ellos, sobre él, sobre todos, porque la evolución en la vida debería resumirse en "me gustas", "te quiero", "te amo”.

domingo, 8 de junio de 2014

El miedo y el charlatán

Por: Miguel Alejandro Rivera

Erich Fromm le llama “miedo a la libertad” a la condición humana que en palabras sencillas entiendo como “echarle la culpa a alguien”. Las personas no podemos vivir solas no simplemente por requerir afecto, cariño y/o alguien que nos escuche, sino porque para nosotros es de primera necesidad recargar nuestros problemas en las espaldas de un ser humano, ya sea vivo o muerto.

Erich Fromm le llama “auxiliador mágico” a esa persona que acabamos de señalar, a la cual vamos a responsabilizar si nuestros proyectos personales, ya sean profesionales, amorosos, o de otro tipo, no funcionan, pues nos hemos encomendado a él con los ojos cerrados y nos ha fallado pese a su milagrosa existencia.

No confundamos a este “auxiliador mágico” con alguna cuestión espiritista ni nada por el estilo, no. Esto se trata de pleitos entre personas y no de carácter metafísico. Simplemente tenemos al sujeto (A) que teme a la responsabilidad de la vida y al sujeto (B) que ha sido elegido por (A) para ser el receptor de sus errores, culpas y en el peor de los casos, vivir la vida a través de él.

Me he dado cuenta de que en estos tiempos no es muy difícil buscar un sujeto (B) para que cumpla con su debida función. Los hay a montones e incluso se ganan la vida siendo “auxiliadores mágicos”, o como yo les llamo, charlatanes.

En esta vorágine de la vida, donde los avances tecnológicos ya no nos dan un respiro, es obviamente necesario el auxilio de un charlatán, pues nadie podría soportar toda la inhumanidad que nos rodea sin tener a quién echarle la culpa. No se entonces si sentirme afortunado o sentir rabia ante toda la baraja de charlatanes que nos rodea… vayamos de más a menos.

Los más grandes charlatanes por quienes nos dejamos engatusar un buen rato para dejar que nuestros problemas se sientan menos están en constante exposición, incluso, sin temor a equivocarme, las veinticuatro horas del día.

Haga usted la prueba y encienda el televisor, seguro encuentra un charlatán. Puede ser cualquier político o el mismo presidente, puede ser también algún pastor de alguna novedosa religión sudamericana, podríamos encontrarlo, por qué no, en alguna mujer, por ejemplo, llamada Laura, o en un hombre que explica a detalle las condiciones del futbol nacional; no vería muy lejos tampoco que se encarne en algún producto de venta a la media noche e inclusive en un dibujo animado.  

Ahí tenemos entonces, tan solo del espectro televisivo hemos rescatado al que nos engaña en las urnas, nos engaña en la fe, nos engaña la farsa, el deporte, el espectáculo y hasta en el capitalismo mismo.

Si estos entrañables personajes subsisten año tras año hasta tener un prometedor futuro milenario es porque cada uno de ellos tiene a su merced millones y millones de personas que por miedo a la vida, prefieren permanecer frente a una pantalla, burlándose de una familia con alguna falsa tragedia, gritando un gol o enfurecidos porque el AB Master Ultra Plus no le quitó en diez días la obesidad mórbida que alberga su abdomen desde sus años de adolescencia.
Para quienes son más caprichosos existen los charlatanes históricos, quienes tienen la gran facultad de ya no estar en el plano terrenal, otorgando la imposibilidad de la retroalimentación. Así las culpas quedan en el aire sin la posibilidad de unja discusión.

“Si nuestro país está como está, es por culpa de tal y cual que cuando esto y el otro, el o ellos, esto y aquello” Preferimos culpar a un difunto que arreglar nuestro presente con acciones. Adam Smith no tiene la culpa de que el capitalismo se nos haya salido de las manos, ni Plutarco Elías Calles es enteramente responsable por haberle puesto las patas al dinosaurio que hoy gobierna devorando todo lo que tiene a su paso. Sin embargo los culpamos porque tenemos miedo de aceptar “sí, yo prefiero comprar esto solo por la etiqueta” o “sí, yo acepté quinientos pesos en despensa que al final ni me dieron para votar por el PRI”.

Miedo, miedo y más miedo y ante tantos miedos los charlatanes que están ahí para salvarnos el día, porque aunque muchos se las den de muy letrados, también buscan a sus charlatanes, incluso en la persona que tienen enfrente, con la que comparten el hogar o con la que despiertan cada día.    

“Es que yo le tengo miedo a los perros porque mi mamá de chiquito me decía que no me les acercara”. No, aceptémoslo “yo le tengo miedo a los perros porque soy un pobre puto” Así de sencillo. “Es que yo no dejo a mi marido por mi bebé, porque sino ya no le aguantaría que me pegara el desgraciado”. No, “yo no dejo a mi marido porque tengo miedo a que ya nadie me quiera con un chamaco y me quede sola, sin dinero y sin tener a quien echarle la culpa de mi desgracia”. “Es que yo soy bien pedo y fumo un chingo por mis cuates”. No, “yo soy un pinche borracho de lo peor porque tengo un chingo de vacíos que llenar y me refugio en los vicios paganos de la vida mundana”.

Podríamos así seguir buscando a un miedoso y a su charlatán en el obeso que no quiere hacer ejercicio, el pobre que no quiere trabajar, en el ignorante que no quiere leer, etcétera, etcétera, etcétera… mientras tanto y mientras usted sigue buscando a sus miedos y a sus charlatanes, yo deseo que le haya gustado este texto y si no le entendió porque estuviera mal escrito, no es mi culpa, la verdad es que los profesores que tuve en toda mi carrera escolar siempre fueron muy malos y no les aprendí gran cosa.     

  

domingo, 1 de junio de 2014

De cómo el capitalismo trasformó un placer en nostalgia

Por: Miguel Alejandro Rivera

Desde que tengo memoria mi más frecuente actividad era perseguir un balón. A eso que llaman futbol le dediqué años y años de esfuerzo, sudor, dolor, coraje y corazón. Nada, nada me hacía más feliz que anotar un gol o hacer una atajada.

Al soccer como deporte no le puedo reprochar nada, me dio muchas alegrías y amigos. Conocí lugares, canchas y personas, además del valor que tiene el trabajo en equipo.

Gracias al futbol soy lo que soy y seguiré jugando en cada oportunidad que tenga porque este hermoso deporte no se trata de ser famoso ni millonario, sino de sentir la adrenalina ante el balón y el adversario.

Sin embargo como aficionado últimamente hay algo que me ha hecho detestar el futbol, y es que, quizá apenas me doy cuenta, el capitalismo se ha adueñado de él de tal manera que se ha vuelto un espectáculo muy poco disfrutable. Presiento que quienes se desviven ante el monitor cuando ven jugar, por ejemplo, a la mediocre selección mexicana, es porque jamás se animaron a apagar el televisor y pararse en una cancha.

La mercadotecnia que rodea a los jugadores, los equipos y en general al balompié hace repugnante a lo que debiera ser el espectáculo más hermoso del mundo. El presidente apoyando a los seleccionados mexicanos que apenas y rescataron su boleto al Mundial pone peor las cosas, pues para mí, como seguro para muchos, todo lo que toque ese sujeto se hace despreciable.

El mundial de Brasil se acerca y solamente atiza en mí el repudio por el futbol espectáculo y mi indignación por las maneras del capitalismo imperial. La gente protesta en el país sudamericano y solo la represión puede abrir paso a un deporte que no debería traer más que unidad. Todo parece ser un montaje y los rumores sobre los arreglos de los resultados, más por situaciones políticas que deportivas, se hacen más fuertes cuando recientemente se dio a conocer que rumbo a Sudáfrica 2010 algunos partidos se amañaron.

Ni hablar de las coincidencias que se dan en México con los calendarios de la selección de futbol y los eventos políticos. Aunque de por sí creo que ya no necesitaría ningún distractor para hacer sus perjudiciales reformas estructurales, el gobierno se empeña en empalmar estos eventos a manera de cortina de humo verde para que la sociedad se mantenga entretenida mientras ellos roban al país.

Si de por sí ya lo odiaba, ahora odio más al capitalismo por quitarme una de las pasiones más grandes que tenía. Jamás lograrán robarme la emoción que siento cuando toco un balón, pero parece que extinguieron en mí el enorme placer que antes me embargaba al mirar un buen partido en el estadio o el televisor.


Solamente yo sé cuánto le di al futbol y cuanto el futbol me devolvió. Creo que quedamos a manos. Sin embargo extraño ser indiferente a ciertas cosas para celebrar los goles de la selección de mi país u observar con gusto el gran nivel de otras selecciones… Quizá no me quede más que apreciar este deporte como la dulce ficción que es o supongo que existen otras cosas más reales para compensar ese placer que ahora se me ha convertido en nostalgia.   

lunes, 26 de mayo de 2014

Manual para la conformidad

Por: Miguel Alejandro Rivera

No es para nada difícil. Salga de la cama. Ahora tiene dos opciones: A) vaya a la calle o B) prenda la televisión y sintonice las noticias. Si eligió (A) ponga usted atención en todo lo que le rodea: delincuencia, engaño, soledad, corrupción, envidia, pobreza, discriminación. Si eligió (B) observe lo que acontece en el mundo según los medios de comunicación: delincuencia, engaño, soledad, corrupción, envidia, pobreza, discriminación. Si siente “algo” atorado en el pecho, tranquilo, va bien. Nuevamente dos opciones: A) vuelva a la cama y deprímase o B) piense en una solución para la sociedad. Llegamos al paso final. No se tiene una indicación directa, pues no es responsabilidad de este manual decidir la forma en la que el individuo decida suicidarse. No hablamos de manera literal, simplemente suicide su parte positiva, olvídese de sus sueños, sus locuras o sus metas, mande a la basura la posibilidad de enamorarse y finalmente podrá usted estar conforme con el sistema. 

martes, 20 de mayo de 2014

Presentación de la novela Peor es Nada

Estuvimos muy contentos en la presentación de mi ópera prima "Peor es Nada" en compañía de Jenaro Villamil y Marco A. Luis de la Universidad Obrera de México, institución a la cual agradecemos todas sus atenciones. También muchas gracias a todos quienes asistieron al evento... entre mezcales, amigos y literatura la pasamos súper.
Aquí les comparto unas fotos: