Por: Miguel Alejandro Rivera
No comprendo. Esta madrugada muchas personas y los medios de comunicación estaban totalmente pendientes al eclipse que puso la luna “roja”. La gente salía a las calles y miraba al cielo comentando sus emociones ante el fenómeno.
No comprendo. Esta madrugada muchas personas y los medios de comunicación estaban totalmente pendientes al eclipse que puso la luna “roja”. La gente salía a las calles y miraba al cielo comentando sus emociones ante el fenómeno.
Hace siglos que varias naciones
se han encargado de teñir la tierra de rojo y muy pocos tienen emociones o
sentimientos por ello. El rojo de la luna es tema de conversación, análisis e
incluso pretexto para jugar a ser poeta. El rojo de la tierra se convierte en
cifras, nombres e incluso en simples pasajes históricos de libro de primaria.
12 de octubre de 1492, David
Livingstone y sus expediciones a África en el siglo XIX, los siempre “amorosos”
norteamericanos y sus intervenciones de “paz” en medio oriente, sin olvidar
claro a nuestro ex presidente Felipe Calderón y su “magnífica” idea de hacerle
la guerra al narcotráfico. Todos ellos y muchos más manchando países, caminos, mares, bosques, pueblos, comunidades, hogares, familias y vidas de un color infernal que ya no nos llama tanto la atención
como sí lo hace un fenómeno astronómico.
Ríos de sangre convierten al
mundo en el verdadero planeta rojo, pero estamos tan cerca, vivimos aferrados a
él gracias a la gravedad que ya no nos damos cuenta de lo terrible que es
cuando una superficie tan grade se torna del color de la sangre. En cambio el
rojo de la luna es como casi todo lo que sucede y llama la atención de los seres
humanos: anecdótico, otro suceso para las cifras, para los libros y para la
historia.
Luna roja, nuestro mundo rojo, un
mismo fenómeno que por causas tan diferentes genera sensaciones tan distintas.