La pandemia por el Covid-19 fue
desastrosa para los sistemas sanitarios internacionales, así como para la
economía, la educación, el turismo y en general muchos ámbitos de la vida
social; sin embargo, algo que detuvo el coronavirus y que dolió mucho, fueron
las protestas en América Latina contra un enemigo único al que por fin se le
ponía nombre y apellido: el neoliberalismo.
En 2019, los jóvenes chilenos
mantuvieron multitudinarias manifestaciones que iniciaron debido al alza en la
tarifa del transporte público; sin embargo, al avance de los días, las nuevas
generaciones del país sudamericano comprendieron que el problema llegaba a un
fondo que decantaba en las políticas impulsadas por la dictadura de Augusto
Pinochet a partir de 1973, cuando con un golpe militar de derrocó al entonces
presidente, electo en 1970 por vía democrática, Salvador Allende.
En aquel entonces, Chile se
convirtió en el laboratorio de los Estados Unidos para aplicar las políticas
económicas y sociales del neoliberal Milton Friedman, cuyas teorías fueron
pieza clave en la historia del continente para encumbrar el sistema mundo
occidental conveniente para la Casa Blanca y sus aliados. Empero, algo que ni
el Covid-19 pudo frenar, fue que, en octubre del 2020, se iniciara el proceso
para crear una nueva Constitución que sustituyera a la de 1980, precisamente
heredada por una dictadura militar que costó miles de asesinados y
desaparecidos.
También en 2019, Ecuador fue
escenario de protestas que apuntaban al mismo enemigo: cambios económicos
neoliberales en la política estatal en materia energética y otros sectores. En
el país gobernado por Lenin Moreno, gran parte de las movilizaciones surgieron
del sector indígena, jubilados y maestros, pero como en el caso chileno, se
presentó fuerte represión policial, generando detenciones arbitrarias, heridos
y muertos.
Y ante tales escenarios, ¿cuándo
van a entender los gobiernos de derecha que la población rechaza los sistemas
en los que todo se privatiza, todos los precios se liberan a gusto de los
empresarios, todo está en manos de una oligarquía corporativa cuya máxima
preocupación es acrecentar sus ganancias?
Hoy Colombia es el escenario de
las manifestaciones más álgidas en el presente latinoamericano; no es la
primera vez que Iván Duque sufre de inestabilidad social debido a sus
decisiones gubernamentales y, aun así, insiste en activar iniciativas nocivas
para la sociedad. El foco primario fue la reforma tributaria, que buscaba
gravar la canasta básica aplicándole un Impuesto al Valor Agregado (IVA), así
como también aumentar el costo de los servicios básicos (luz, agua, telefonía
pública), medidas muy similares a las implementadas por Mauricio Macri en
Argentina, lo que decantó en una crisis que le costó la reelección como
presidente; es decir, está probado que esas medidas son un fracaso.
Ante la crisis que vive Colombia, que ha
dejado alrededor de 20 asesinados durante las manifestaciones, instancias
internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la
Organización de Estados Americanos (OEA), ya han condenado los hechos dentro de
un discurso que, ha decir verdad, no logra nada. Luis Almagro, secretario
general de la OEA, se ha mostrado incisivo en casos donde, a su parecer, la
democracia peligra, como por ejemplo, cuando Evo Morales ganó las elecciones de
2019 en Bolivia y se le acusó de fraude, o al criticar constantemente al
régimen venezolano; pero ahora que el problema es en Colombia, un aliado clave
de los Estados Unidos en la región, no pasa de “condenar” la represión y seguir
adelante.
Lo que sucede en Sudamérica es
preocupante porque muestra el hartazgo sostenido de una sociedad que no puede
más con el sistema que se le ha impuesto; además, la respuesta de los gobiernos
sigue siendo la misma: represión policial o militar contra los inconformes. La
repetición de las imágenes en las que los manifestantes son violentamente
agredidos es la estrategia de sembrar el miedo para quienes aún no salen a las
calles, pero consideran hacerlo: la doctrina del shock en su máximo esplendor.
Pero en muchas regiones de
América Latina ya es tanto el cansancio o la pobreza que no hay mucho que
perder y por eso soportan la represión gubernamental; aunque el fantasma de los
falsos positivos en Colombia; de los desaparecidos en la época de las
dictaduras de Chile, Argentina, Uruguay, es amenazante, las sociedades del Sur
son un ejemplo de coraje y lucha por la dignidad, por su derecho a decir “no”.